jueves, 15 de marzo de 2007

Nota aclaratoria de Ana Longoni al diario Perfil

Por Franco Reed

La docente, investigadora y escritora Ana Longoni, que acaba de publicar recientemente el libro Traiciones -de cuyo contenido El Mimeógrafo dio cuenta en otras notas-, fue entrevistada por Juan Terranova en el suplemento El Observador del diario Perfil. Longoni entiende que en dicha entrevista han sido tergiversados sus conceptos, por lo que exige una rectificación inmediata al respecto de dicho medio. Aquí ofrecemos su carta enviada al diario Perfil para nuestros lectores:

Buenos Aires, 14 de marzo de 2007.

Señor Director de El Observador
Diario Perfil

Me dirijo a usted a fin de solicitarle la publicación en el próximo número de El Observador de la siguiente nota aclaratoria, en la que rectifico algunas afirmaciones que erróneamente se me atribuyen en la entrevista publicada el pasado domingo.

Lo saluda atentamente.

Ana Longoni

Nota aclaratoria

El domingo pasado (11/3/2007) apareció en El Observador una extensa entrevista que me hiciera Juan Terranova acerca de mi último libro, Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión. Allí propongo algunas hipótesis críticas acerca de las circunstancias que dan lugar a que se estigmatice a los escasos detenidos sobrevivientes de los campos clandestinos de detención de la última dictadura como traidores.
Me veo ahora forzada a solicitar la publicación de esta aclaración debido a que no me identifico en lo más mínimo con la frase entrecomillada que me atribuye el título (“No se soporta decir que los desaparecidos delataron”), la que incluso puede leerse en abierta contraposición al planteo que sostengo. Lo que digo en el libro –y repetí en la entrevista, en el marco de otros argumentos sobre la dificultad social de escuchar a los sobrevivientes- es que en general se elude pensar en la efectividad de la tortura irrestricta e ilimitada como cruento y sistemático método para aterrorizar, arrasar la condición humana y también arrancar información a los prisioneros (hayan éstos sobrevivido o no).

Otros pasajes de la entrevista también tergiversan o manipulan lo que dije, y entre ellos me resulta particularmente doloroso el siguiente: “Se sabe que hasta un 95 % de los detenidos hablaron”. ¿Cómo podría yo sostener semejante estadística? Lo que cité es el testimonio preciso de dos sobrevivientes que estiman que una abrumadora mayoría de los secuestrados (no todos) daba algún dato a los represores como forma de paliar mínimamente el horror de la tortura. Al traerlo a colación apuntaba justamente a desarticular la frecuente asociación entre traicionar y dar alguna información en medio de la tortura.

Extrapolar esa cita y sacarla de contexto la convierte en lo contrario: una insostenible y descuidada acusación. Todo mi esfuerzo intenta justamente evitar binarismos esquemáticos (como el que asocia al sobreviviente con un traidor y al desaparecido con un héroe). Nada más distante de mí que juzgar y condenar los comportamientos humanos sometidos a la atroz experiencia concentracionaria.

Debido a lo extremo y delicado del asunto abordado, que involucra la circunstancia de la vida y la muerte de miles de personas, es que considero imprescindible aclarar mi posición para evitar equívocos.

Ana Longoni, 14 de marzo de 2007.

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