Mc Macri

Por Andrés Collado Díaz

Con un montaje escenográfico digno de las mejores producciones teatrales de Pepito Cibrián, el ingeniero Mauricio Macri anunció el lunes pasado su candidatura a Jefe de Gobierno porteño en un basural de Villa Lugano. A pesar de las críticas que recibió el líder del PRO tras exhibirse allí junto a la pequeña Melina -mientras proclamaba su preocupación por los más necesitados-, su actitud adoptada es coherente con el discurso all inclusive (como los tours que durante los noventa solía disfrutar la misma clase media que tan bien comulga con el ingeniero en estos tiempos) que esparce el diputado en cuanto espacio mediático puede comprar.

Por caso, viene a cuenta una anécdota del triunfo macrista en las elecciones legislativas del 23 de octubre de 2005: era ya un hecho consumado cuando en el seno del búnker PRO resonó: ¡¡Ganamos en Lugano!! No hay dudas de lo cómoda que le sienta al flamante candidato la ambigüedad retórica, que oscila entre “vamos a aniquilar a los marginales-delincuentes para salvaguardar la propiedad privada de quienes acumulamos lo que a ellos les falta” y “tenemos una gran preocupación por la situación de nuestros conciudadanos desposeídos a causa de la malicia del sistema”.

Y aunque los análisis políticos más ortodoxos esquivan el dato, Macri terminó de consolidar su acercamiento a este último grupo desde su hegemónico y triunfante rol de presidente de “la mitad más uno”. Lo extraño del caso es que el gesto adusto del hombre PRO al hablar de pobreza, parece ignorar que los millones de argentinos que viven en tal situación, son la resultante de un ciclo económico que instauró un surco irreparable entre clases sociales en épocas de pies de plomo y desapariciones, cuando gente linda como su padre Franco engrosaba sus bolsillos con la anuencia del Estado. El mismo que tan ocupado andaba por entonces en eliminar a los pobres y a los disidentes.